Ballerina rinde homenaje a los sueños de todas las niñas del mundo que aspiran a alcanzar el infinito a través de sus movimientos y su arte.
La obra consiste únicamente en la luz como herramienta de composición y repite sin cesar la secuencia figurativa de un ballet cíclico, perfectamente sincronizado con su banda sonora.
El observador está absorbido, casi hipnotizado, por una especie de gran caja de música, gracias a ciertos factores que concentran su atención en una zona en la frontera entre lo consciente y lo inconsciente. La relación increíblemente precisa de la sincronía con el ritmo de la música recuerda la elegancia y la suavidad de una danza imperial, mientras que su carácter cíclico nos remite a un infinito que está por encima de todo deseo, un deseo de amor infinito, de luz infinita, de vida infinita.
En este contexto onírico, la Ballerina luminosa sigue danzando en el cielo, haciendo pasos y piruetas, en una secuencia infinita, casi sin prestar atención al contexto de arquitectura, caminos, barandillas, farolas y bancos que la acogen en el afectuoso abrazo de toda la ciudad.